Siempre, desde el comienzo de la historia, la sociedad humana ha consumido bebidas alcohólicas para celebrar o para realizar ceremonias religiosas, terapia medicinal, placer o recreación.
Así mismo, desde tiempos inmemoriales son conocidos los efectos nocivos de un consumo exagerado de ese tipo de bebidas. Ya en escritos antiguos, en la literatura mitológica greco ? romana, y hasta en relatos bíblicos pueden encontrarse referencias a los resultados de una borrachera o de una bacanal.
Los científicos en la actualidad sostienen opiniones variadas sobre la conveniencia o no de un consumo moderado de alcohol.
Desde aquellos que lo proscriben totalmente, especialmente en los casos de embarazo, hasta quienes defienden su uso como un colaborador apropiado para ciertos procesos fisiológicos.
De hecho, algunos investigadores han señalado que el uso de sustancias alcohólicas en pequeñas cantidades puede ser un agente movilizador de lipoproteínas de alta densidad, las cuales favorecen la prevención de la arteriosclerosis y de los infartos al miocardio.
El debate más reciente es sobre si los jóvenes deberían tener acceso a ese tipo de bebidas únicamente cuando tengan la edad apropiada para ello, o si deberían enseñárseles patrones adecuados y responsables de consumo.
La discusión aumenta cuando los argumentos chocan con preceptos legales, morales o de índole religiosa.
Mayor complicación aún se presenta cuando se plantea el tema de ¿Cuánto es adecuado para un adolescente? y ¿Quién asegura la ingesta controlada de una droga legal que afecta precisamente a los centros cerebrales de control, en una personalidad inmadura que mayormente sufre por falta de control?

Los jóvenes y el alcohol
Casi todas las estadísticas mundiales muestran que el alcohol es la droga más utilizada por la población juvenil, incluyendo a los niños.
En años recientes el uso y abuso alcohólico ha aumentado exponencialmente, debido en gran medida a las condiciones socioculturales y económicas de nuestros países.
Las familias han perdido la consistencia de su estructura interna a medida que la necesidad de ?producir más para vivir mejor? se ha hecho más aguda y la normativa social se ha vuelto más confusa con respecto a lo que es bueno y lo que es malo para los individuos.
Un estudio informal realizado por el autor de este artículo junto a dos colaboradores, en la consulta de adolescentes del Hospital de Niños ?J.M. de los Ríos?, en la ciudad de Caracas mostró que, de los 134 adolescentes encuestados, con edades comprendidas entre los 13 y 19 años, 93 reconocieron haber ingerido bebidas alcohólicas ocasionalmente, 42 afirmaron haber experimentado al menos una vez, intoxicaciones de mediana a elevada intensidad,
33 aceptaron que consumían alcohol con una frecuencia superior a dos veces por semana y 8 se calificaron como bebedores de todos los días.
33 aceptaron que consumían alcohol con una frecuencia superior a dos veces por semana y 8 se calificaron como bebedores de todos los días.
Lo más llamativo de los resultados de esta encuesta fue que de los 42 que reportaron intoxicaciones alcohólicas de al menos una vez, 29 fueron de sexo femenino.
El primer contacto con el alcohol se reportó con más frecuencia alrededor de los 11 años y el más precoz de todos aseguró haber sufrido de una borrachera inducida por un hermano mayor, a la edad de 9 años.
Estas cifras obtenidas en una forma más bien informativa para nuestra consulta en años anteriores es posible que hayan aumentado o al menos se hayan mantenido en épocas más recientes.
El uso y abuso alcohólico en adolescentes es un enorme factor de riesgo dada las condiciones emocionales en que ellos se encuentran y el clima de inseguridad y violencia presente en nuestras sociedades.
La tendencia a la impulsividad, a no medir las consecuencias de sus actos y a ceder ante las presiones grupales hace que el panorama sea aún más preocupante.
Un adolescente puede recurrir al alcohol en momentos de celebración, pero con mayor frecuencia este se convierte en un arma de retaliación hacia los adultos significativos, tales como los padres o los profesores, a veces es un aliviadero de tensiones y otras en un medio para competir con sus compañeros o amigos.
En este último caso es cuando por lo general se producen los casos más severos de intoxicación etílica.
Los jóvenes, en ocasiones, apuestan a ver quién se emborracha más rápido y en otras a ver quién aguanta más bebida.
En cualquier caso, el beber ya no constituye más placer que el sentir poder sobre el grupo o sobre el compañero que lo reta, pero en el fondo lo único que revela es su malestar emocional y su inseguridad.
Es bien sabido por los bebedores que nada embriaga más y de la peor manera que el hacerlo cuando se está mal de ánimo o cuando se toma ?para olvidar?.
Esto alude al hecho de que el efecto del alcohol está altamente influido por el ambiente interno y externo en que se encuentra quien bebe.
Si un joven no está ingiriendo alcohol por el simple hecho de compartir un rato agradable con los amigos, sino que se encuentra en tensión o en un combate mental con sus angustias, terminará seguramente en una borrachera fenomenal, enfrentado a los peligros que acarrea la inconsciencia y la torpeza motora.
El alcohol, a medida que aumenta su concentración en la sangre, deprime la corteza cerebral y afecta los centros nerviosos, dejando a las emociones casi sin control.
Muchas de las acciones del borracho son guiadas más por sus estructuras emotivas que por su razonamiento.
De esta manera, y según como sean los contenidos que comúnmente controla la corteza será la conducta de quien ha bebido en exceso.
En el adolescente, y en algunos adultos también, con frecuencia aparecen sentimientos de omnipotencia, de que el mundo es de ellos y no hay quien los detenga.
En esta tónica pueden acelerar a fondo un automóvil para pasar a otro que lo retó en la vía o creer que pueden manejar su moto como un profesional y lanzarse en una aventura sin retorno.
Otros sentimientos pueden ser de carácter agresivo debido a la hipersensibilidad común en la edad adolescente y llevarlos a participar en una golpiza de consecuencias impredecibles.
La sexualidad acentuada por el sistema endocrino en la edad juvenil también es favorecida por la ingesta alcohólica y bajo sus efectos hay poca consciencia de límites o de consecuencias negativas.
¿Quién puede resistirse, a los diecisiete años y bajo la influencia alcohólica, a una actividad sexual, cuya oferta no le cuesta mucho encontrar en los momentos actuales y quién se preocupa por la protección del condón?.
Las situaciones riesgosas producidas por el uso y abuso del alcohol en adolescentes nos obligan a revisar nuestras actitudes y el tipo de modelos que les transmitimos.
No es que les impidamos tomar en absoluto o que nos privemos de un consumo que, como dijimos al principio forma parte de casi todas nuestras ocasiones de relax o de celebración.
Lo que hay que enfatizar es el tema del control.
Beber con medida puede ser agradable y no tiene por qué acarrear ningún peligro, si no se pierde la conciencia o la habilidad motora (aún cuando muchos bebedores consuetudinarios sostienen que manejan mejor cuando han tomado bastante).
Es importante que les enseñemos a beber sin estimularlos en ningún momento para que lo hagan.
La gente debería tomar solamente si le provoca y no sentirse obligados, como si fuera una afrenta el rechazar el ofrecimiento de una bebida.
Debemos revisar nuestros propios patrones de consumo alcohólico. ¿Cuándo lo hacemos?, ¿Por qué?, ¿Cómo reaccionamos cuando hemos tomado?, ¿Cuáles son las consecuencias más frecuentes que recibimos de ello? Ellos nos están observando y aprendiendo y, a veces ellos son los receptores inmediatos de nuestro comportamiento.
Por último, deberíamos estar bien atentos a nuestros patrones de crianza y cómo les tratamos en la vida cotidiana. ¿Les damos suficiente atención?, ¿Nos preocupamos por sus estados de ánimo?, ¿Por sus vivencias?, ¿Por sus estados de ánimo?. ¿Nos preocupa su autoestima?, ¿Nos informamos de sus amigos y de los grupos que ellos frecuentan?, ¿Les damos patrones sanos o nos comportamos "como nos da la gana?.
Una sana actitud hacia nuestros hijos es la mejor forma de realizar prevención y ésta es siempre mejor que la actuación tardía, cuando ya puede ser demasiado tarde.
Fuente: César Landaeta H.
No hay comentarios:
Publicar un comentario